Haití, 12 de enero de 2010: un terremoto de magnitud 7.0 provoca decenas de miles de muertos y millones de afectados… cuando el país aún no se había recuperado de los cuatro huracanes que, en menos de un mes, provocaron en 2008 medio millar de víctimas y cerca de un millón de damnificados que quedaron sin hogar, además de cuantiosas pérdidas en la ya desastrosa economía del país.
Japón, 2005: un terremoto de la misma magnitud y próximo a una zona densamente poblada causó tan sólo un muerto… a causa de un infarto.
No hablemos, pues, de desastres naturales, sino de catástrofes anunciadas, perfectamente evitables, si dejamos de actuar movidos por intereses a corto plazo y nos tomamos realmente en serio la lucha contra la pobreza extrema, contra la degradación ambiental, contra el cambio climático que está incrementando la frecuencia e intensidad de los fenómenos atmosféricos extremos en Haití y en todo el mundo.
Los terremotos, huracanes, inundaciones, erupciones volcánicas, etc., son fenómenos que aparecen ligados a las "potentes fuerzas de la naturaleza", por lo que son denominados "desastres naturales". Sin embargo, el hecho de que dichos desastres estén experimentando un fuertísimo incremento llevó a Janet Abramovitz y a muchos otros investigadores, a fines del siglo XX, a reconocer el papel de la acción humana en este incremento y a hablar de "desastres antinaturales". Año tras año se superan los récords en desastres. Y aunque hasta aquí están afectando muy particularmente a quienes, víctimas de una pobreza extrema, ocupan zonas de riesgo en viviendas sin protección alguna, inundaciones como las que sufre el centro de Europa o huracanes como el Katrina muestran que no queda libre ninguna región del planeta, que nos enfrentamos, una vez más, a un problema planetario.
Como señala Miguel Ángel Herrero, director de Intermón-Oxfam para Centroamérica y Caribe, el desastre en Haití lo causó el terremoto pero con la enorme ayuda del dumping que obliga a los campesinos a abandonar sus campos de arroz y desplazarse a la capital, las condiciones en las que se hacinan cientos de miles de personas en ella, la falta de empleo, los deficientes servicios sanitarios, la insoportable inflación…. "La pobreza atrae al desastre".
Hemos de insistir en que no se trata de "desastres naturales": al destruir los bosques (Haití tiene una de las tasas de deforestación más altas del planeta), desecar las zonas húmedas o desestabilizar el clima, estamos atacando un sistema ecológico que nos protege de tormentas, grandes sequías, huracanes y otras calamidades. Con otras palabras, las acciones humanas guiadas por intereses a corto plazo, son responsables de la amplificación de los fenómenos extremos. No se puede evitar un terremoto pero si se puede hacer, y mucho, como sabemos ocurre en países como Japón, para reducir la vulnerabilidad de quienes viven en esa situación de alto riesgo. No será posible evitar los efectos dramáticos de las catástrofes si ignoramos los problemas medioambientales y las desigualdades sociales. Resulta particularmente chocante, además, que las consecuencias de estos desastres dependan de inciertas y puntuales ayudas humanitarias y que no exista un seguro mundial contra las catástrofes (naturales o no), que ponga fin a la vergüenza que supone la lentitud y precariedad de la ayuda internacional tras los desastres, mientras disponemos de costosísimos sistemas militares de intervención ultrarrápida.
Ahora es el momento, sin duda, de volcarse en proporcionar una ayuda inmediata al pueblo de Haití. Naciones Unidas e innumerables ONG están reclamando la ayuda ciudadana, además de la de de los Estados; todas y todos nosotros hemos de responder en la medida de nuestras posibilidades. Pero es preciso no contentarse con ello y confirmar que son siempre los más pobres los que sufren las peores consecuencias… a la espera de nuevos desastres. Es necesario contribuir a crear un nuevo sistema productivo y un nuevo marco internacional que evite la imposición de intereses particulares perjudiciales para todos. Necesitamos un nuevo concepto de cooperación y solidaridad para la reducción del impacto ecológico de nuestras actividades y el logro de un desarrollo humano sostenible.
El drama de Haití ha de potenciar la exigencia ciudadana por el cumplimiento de los Objetivos del Milenio, de los compromisos de ayuda al desarrollo. Y hemos de movilizarnos para exigir el paso de una economía "marrón" a una economía verde, solidaria y sostenible, para lograr que este mismo año se firme en México un acuerdo efectivo, justo y vinculante contra el cambio climático. Sin todo ello, Haití y muchos otros lugares del planeta volverán a ser triste noticia de graves desastres que podemos y debemos evitar.
Fuente: http://www.oei.es/decada/boletin047.htm
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